El Partido Socialista Francés ha conseguido este domingo por un puñado de votos una simbólica y estratégica victoria electoral al hacerse con el escaño que en la segunda vuelta se disputaba con el ultraderechista Frente Nacional en el departamento de Doubs, al noreste del país. La elección era especialmente significativa por ser la primera tras los atentados yihadistas de enero en París y porque ha puesto de manifiesto que, en contra de las directrices de la derecha (la UMP), parte de su electorado ha preferido apostar por los socialistas para frenar al FN. Para los socialistas, supone el primer triunfo tras la docena de derrotas sufridas desde 2012 en otras tantas elecciones parciales.
El candidato del PS, Frédéric Barbier, logró 15.504 votos (el 51,43%), mientras la ultraderechista Sophie Montel, la más votada en la primera vuelta el domingo anterior, obtuvo 14.641 sufragios (48,57%). La participación fue del 49%, diez puntos más que en la primera vuelta, un dato que también indica la importancia dada por los electores a estos comicios. El FN encabezó la primera ronda con el 32,6% de los votos, seguido del PS (28,8%) y de la UMP (26,5%), cuyo candidato fue eliminado para la segunda vuelta.
Nicolas Sarkozy ha sido el dirigente francés que mayor desgaste ha sufrido en esta campaña electoral
Al anunciar el resultado, el socialista Barbier agradeció el apoyo de sus militantes y simpatizantes, pero también el de otras “fuerzas republicanas”, en clara referencia a los votos del centroderecha con los que ahora ha contado. La ultraderechista Montel asumió de inmediato su ajustada derrota y calificó de “extraordinario” el apoyo conseguido.
La elección parcial, convocada para sustituir en la Asamblea Nacional al comisario francés, el socialista Pierre Moscovici, ha sido un auténtico laboratorio para los tres partidos que hoy protagonizan la política francesa. Los tres habían puesto mucho juego. Y especialmente después de la sorprendente eliminación en la primera vuelta, hace una semana, del candidato de la UMP, Charles Demouge, por lo que el partido de Nicolas Sarkozy se convirtió en árbitro en la segunda ronda.
La victoria de los socialistas cobra un significado muy especial. Pugnaban, y lo han logrado, para que se produjera un punto de inflexión en sus constantes fracasos electorales desde 2012, tras la llegada de François Hollande al Elíseo y su mayoría absoluta en la Asamblea en ese año. La gestión de la crisis abierta tras los atentados ha supuesto un incremento en el apoyo popular al presidente y a su primer ministro, Manuel Valls, que ahora cabalgan sobre el llamado “espíritu del 11 de enero”, en referencia a la gran manifestación antiterrorista de ese día en París.
Valls se ha implicado a fondo en esta campaña y ha viajado dos veces a Doubs. “Esta elección se ha convertido en un reto nacional”, aseguró Valls en su segundo mitin el jueves pasado, tras hacer un solemne llamamiento “a la movilización de todos los republicanos”, es decir, al apoyo del centroderecha al candidato socialista para impedir otro triunfo de la ultraderecha.
Para el FN, cuyo mensaje electoral ha estado basado en “el peligro islamista” y la “descontrolada inmigración”, la elección era una prueba para demostrar si su auge seguía imparable o había tocado techo. Marine Le Pen, criticada por no sumarse a la gran manifestación antiterrorista de París para hacerlo en uno de sus feudos del sur, ha comprobado que cuenta con un enorme apoyo popular pese a los mensajes islamófobos de su partido antes y después de los atentados.
El peor parado de esta prueba ha sido la UMP y especialmente su líder, Nicolas Sarkozy, que se enfrentaba a la primera prueba de fuego tras su regreso a la política activa. Al fracaso de su candidato se sumó una auténtica batalla interna sobre qué estrategia seguir o qué consignas dar a los suyos para la segunda vuelta. En lugar de definirse, Sarkozy viajó el lunes pasado a Abu Dabi para pronunciar una de sus habituales conferencias por las que cobra “al menos 70.000 euros”, según aseguraron en otoño personas próximas al expresidente.
A su regreso, Sarkozy hizo pública su posición: no votar al FN, pero dar libertad de voto a sus seguidores. Para entonces, su máximo rival en el partido, Alain Juppé, ya había dicho: “Si yo estuviera en Doubs, votaría al Partido Socialista”. Juppé, por tanto, era partidario de mantener el llamado “frente republicano” para frenar a la ultraderecha. Ambos lo han pagado caro. Partida en dos, la cúpula del partido acordó, por 22 votos frente a 19, una tercera opción: pedir a sus militantes y simpatizantes que no votaran ni al FN ni al PS. Es decir, que se abstuvieran o votaran en blanco.
Al contradecir a su jefe, la cúpula de la UMP ha dejado en evidencia que el liderazgo de Sarkozy es endeble. El sábado, en otra reunión de dirigentes del partido, un nutrido grupo abucheó a Juppé. La guerra de jefes en la UMP sigue abierta dos meses después de que Sarkozy tomara de nuevo las riendas de la formación.
Noticias publicada por El País