Un millón y medio de personas han tomado este domingo las calles de París por la libertad y la paz y contra el terrorismo. La manifestación ha sido un cóctel de credos, colores de piel, países, banderas y lenguas. No ha habido consignas políticas y sí gritos exigiendo el fin del radicalismo y la barbarie y a favor de la convivencia dentro de la diversidad. Junto a consignas como «¡No tenemos miedo!», «¡Libertad!» o «¡Todos juntos!», la Marsellesa (himno francés), entonada sin descanso y convertida en la banda sonora de una jornada histórica y plena de emoción. Pero si algo se ha visto y escuchado por encima de todo son muestras de apoyo a la redacción del semanario satírico «Charlie Hebdo», en cuyo ataque perdieron la vida doce personas el miércoles.
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Los franceses han apostado por la unidad y han acabado siendo los verdaderos protagonistas con permiso de los integrantes de las dos cabeceras oficiales de la marcha, la que formaban los familiares y compañeros de las 17 víctimas mortales de los ataques terroristas cometidos entre el miércoles y el viernes, y las más de 60 autoridades llegadas de todo el mundo. Tres horas, antes miles de personas llenaban ya la plaza de la República.
Pero el país está en alerta máxima por la amenaza de nuevos atentados terroristas, como ha anunciado Al Qaida. Un enorme despliegue policial vigilaba de cerca y de lejos. Tiradores de élite desde las azoteas y entre los ciudadanos, policías que a veces pedían revisar el contenido de bolsas y mochilas. A la hora de la salida de la marcha, las 15 horas, todas las calles, avenidas y bulevares adyacentes estaban totalmente saturados y la masa de gente apenas podía avanzar. A las 17,30 horas la plaza de la República seguía repleta de gente que no lograba emprender la marcha.
Un judío conversaba con este enviado especial en el momento en que un musulmán se acercó y le estrechó la mano. Le expresó sus condolencias por los cuatro muertos del viernes en el ataque a un supermercado judío. El improvisado saludo tuvo lugar a la sombra del monumento central de la plaza, que corona Mariana, símbolo de la República y sus tres pilares: libertad, igualdad y fraternidad. Raymond, de 42 años, lucía en su cabeza una kipá negra. «He venido a reivindicar la libertad de expresión. Que hayan cometido este crimen es terrible». «Aquí convivimos diferentes culturas y no tienen derecho a hacer esto en un estado libre y laico. Cada uno debe poder vivir su religión sin miedo. No son ellos los que van a meternos bajo tierra», concluye refiriéndose a los terroristas.