La Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, publica un informe demoledor sobre la homofobia en las escuelas de España. Un 17% de estudiantes homosexuales han intentado suicidarse, un 35% lo ha planificado pero no lo ha llevado a cabo, y un 43% se lo ha planteado.
Las conclusiones del estudio, realizado con 653 cuestionarios llegados desde 129 municipios españoles, no pueden ser más claras. El índice de suicidas detectado entre jóvenes homosexuales españoles triplica al del resto de adolescentes. La mayor parte del acoso lo sufren en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), pero también hay un 23% que ya siente el rechazo desde Primaria, los 10 años o incluso antes.
Aunque son los compañeros varones quienes más daño hacen, un 11% fue víctima de sus propios profesores. “Hoy es una de las causas más importantes de suicidio en esas edades y, sin embargo, impera la ley del silencio. Son muy pocos los centros educativos que se toman interés y, por ello, los chavales gays lo ocultan”, reconoce Jesús Generelo, coordinador del estudio.
Bien lo sabe Rubén, que como tantos otros sólo encontró paz cuando se matriculó en una escuela de adultos, ya con 18 años. Ahora, como miembro del colectivo COLEGAS, intenta que los institutos en los que estudió realicen talleres o charlas sobre diversidad sexual, que tengan materiales para que otros niños no pasen por el mismo martirio. “Pero no quieren ni hablar de ello. Ni siquiera quieren tener un cuento que hable de los diferentes tipos de sexualidad que existen. Me niegan que haya problemas, pero luego hay alumnos suyos que me llaman en busca de ayuda”, comenta.
Como reflejan las estadísticas, no se trata de excepciones. Un 10% de la población general es homosexual, bisexual o transexual, y algunos lo saben desde muy pronto.
En general, la variedad de agresiones toca todos los palos. El nuevo estudio de la FELGTB refleja que el 71% de los encuestados fue vejado verbalmente con insultos, al 64% le hicieron burla, un 36% sufrió agresiones física leves y el 5% recibió alguna paliza. La mayoría de estos hechos ocurrieron cuando tenían entre los 14 y los 16 años, pero hay un significativo 6,4% que lo recuerda desde los 10 años e incluso casos que se retrotraen hasta los 5 o 6 años. Es, además, un acoso continuo y permanente durante años.
Casi la mitad asegura que no recibió ayuda de nadie cuando tenían lugar estas situaciones, un 45% recuerda el apoyo de compañeras del aula y tan sólo un 19% se sintió ayudado por sus docentes, casi siempre profesoras.
El joven tinerfeño Miguel asegura que el aislamiento y la sensación de impotencia son mayores entre los gays que en otras opciones. “Las lesbianas lo tiene más fácil porque la sociedad es muy machista y todos debemos cumplir el perfil oficial de masculinidad”. “A los chicos”, explica, “les ‘pone’ ver a dos chicas besándose, pero si se besan dos varones es una aberración, les da asco”.
Aún así, y pese a que el 90% sufre el acoso homófobo del género masculino de la clase, hay un nada despreciable 55% que proviene de compañeras.
Los profesores de Jon, un joven de 18 años de Miranda de Ebro (Burgos), avisaron a sus padres de que su hijo adolescente sufría el Síndrome de Asperger, un tipo de autismo, porque vivía aislado en el instituto. “Al principio sí tuve un grupo de amigas, pero me abandonaron porque cuando venían conmigo los chicos no querían hacerlas caso, tan sólo me utilizaban porque les hacía gracia”, recuerda.
Ellos, por su parte, aprovechaban para escupirle, llamarle ‘maricón’ o robarle sus cosas. “En una ocasión la orientadora del instituto llamó a mis padres y les comentó que yo me buscaba las agresiones porque me gustaban las flores, el color rosa y Eurovisión. Que no iban a cambiar a 300 alumnos por uno sólo y que me fuera a otro centro”.
Jon acabó yendo sólo a los exámenes, a sacar a duras penas su expediente adelante, pese a tener un cociente de inteligencia de 116. Como en el caso del canario Miguel, su familia recurrió a un colegio religioso, donde la violencia estaba más controlada, pero siguió siendo el ‘bicho raro’ y acabó repitiendo. “El único taller de sexualidad que tuve en mi etapa escolar representaba siempre un pene y una vagina. También hablaban de violencia de género, pero nada de homosexualidad”. Ahora, como Rubén, estudia en un centro de adultos, pero le costará superar el trauma. “Tengo grabada la excursión de convivencia en tercero de ESO, cuando mis compañeros quisieron tirarme por un precipicio”.