05 de octubre, 2024
ABC.- Hace un año, cuando decenas de terroristas de Hamás entraron a sangre y fuego en los kibutz y en un festival de música en el sur de Israel, muchas de las casi 1.500 víctimas que luego morirían o serían secuestradas telefonearon o enviaron mensajes a sus familiares en los que preguntaban dónde estaba el Ejército. La debacle del 7 de octubre de 2023 fue el mayor fracaso de la inteligencia y las Fuerzas de Seguridad de Israel en décadas. En ese momento de dolor, vergüenza y crueldad, muy pocos podían imaginar que en apenas un año sus Fuerzas Armadas iban a recuperar la credibilidad y la capacidad de disuasión que les habían permitido garantizar durante más de 75 años la existencia del Estado de Israel.
El balance de la guerra de Gaza ha quedado hoy mediatizado por los acontecimientos del último mes –la audaz desarticulación de la cadena de mando de Hizbolá y la eliminación de su máximo líder–, que han trasladado el conflicto al Líbano. Pero durante los restantes once meses el mundo ha sido testigo de una campaña militar que ha consistido en la destrucción metódica de Hamás y de su infraestructura en la franja de Gaza. El coste humano y físico ha sido enorme, debido a que Hamás está deliberadamente mezclado con los civiles. Sus representantes informan de más de 41.000 muertes, que casi un 70 por ciento de los edificios han sido destruidos, más de la mitad de los hospitales inutilizados y por la franja deambulan cientos de miles de desplazados. La transformación de Gaza en una ‘zona de sacrificio humano’ ha despertado el rechazo de la opinión pública mundial. No será fácil olvidar esas imágenes de la memoria colectiva.
Pero todo lo sucedido en Gaza, Israel lo ha hecho mirando siempre hacía Irán, única potencia regional que después de siete décadas sigue proclamando religiosamente la destrucción de Israel y que se resiste a participar en los entendimientos que los países árabes han suscrito mediante los Acuerdos de Abraham. Pese a ser una teocracia brutal e incompetente, Irán dispone de ingentes recursos procedentes del petróleo con los que sostener el ‘círculo de fuego’ de sus aliados (palestinos, chiítas iraquíes y sirios, hutíes) en torno a Israel, y posee un programa nuclear que eventualmente puede ser militarizado. Para quien más han cambiado las circunstancias, sin embargo, ha sido para Bejamin Netanyahu. Hace un año estaba empeñado a cara de perro en enfrentarse con el poder judicial de su país, y sus credenciales democráticas estaban en duda por las masivas manifestaciones contra sus pretensiones. La división de la sociedad israelí fue un factor que los terroristas sin duda tuvieron en cuenta para lanzar su agresión. Durante todo este tiempo, Netanyahu ha tenido una actitud ambigua hacia las familias de los rehenes. Y ha resistido las presiones de la Unión Europea y de Estados Unidos para que acatara una tregua en Gaza, anteponiendo los objetivos que ha fijado para Israel.
Hoy la situación es radicalmente diferente. El Mossad y el Ejército han recuperado la credibilidad perdida. Israel tiene la iniciativa política y militar. En las últimas semanas, Netanyahu ha sumado cuatro diputados más a su mayoría parlamentaria. Los éxitos contra Hizbolá han acallado las protestas de los familiares de los rehenes y han desplazado a Gaza del tablero internacional. El país, con Netanyahu al frente, ha dado la vuelta a una situación que un año atrás suponía una amenaza existencial y que hoy le permite tener prácticamente neutralizados a sus principales enemigos en la región.