epe.es.- Vivienda ya tramita una ley con sanciones para los propietarios que discriminen por este motivo.
Pape Magatte intentaba alquilar un piso, pero el propietario no respondía a los mensajes. Así que una amiga le ayudó llamando, y a ella sí que le cogieron el teléfono. Comentó que tenía un conocido, con trabajo e ingresos, que quería alquilar, y el casero respondió que fuera a ver el lugar. Cuando Pape entró por la puerta no le dio tiempo a decir una palabra. «No alquilamos ni a moros ni a africanos, lo siento».
Es una de las muchas experiencias de racismo inmobiliario que ha vivido este senegalés que lleva 16 años en València. Este caso fue el más explícito y el más doloroso. «Me dijo que los moros y los africanos somos gente sucia. Eso duele mucho. Y me dijo después que no me molestara en volver a llamar porque solo quiere a españoles en su piso».
Salif Conte vive de alquiler y trabaja en València, y tuvo un caso similar al de Pape, aunque más sutil. Aportó toda la documentación para alquilar un piso, era el primero y único interesado en ese momento, la relación por teléfono iba súper fluida y le aseguraban estar el primero en la lista. «Después de ver el piso, de repente ya no me contestaron nunca, cortaron toda la comunicación a pesar de que yo me empeñaba en mandarles el aval y la nómina como habíamos quedado», pero nada. Salif se quedó sin piso.
A la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) llegan muchos casos de este tipo. Migrantes que tratan de empezar una nueva vida en España pero se chocan contra el muro del racismo inmobiliario. Noelia Montagud, trabajadora de la entidad, explica que es una situación muy común para muchas personas no blancas que tratan de buscar una vivienda.
Ni Salif ni Pape denunciaron estas situaciones por desconfianza de que sirviera para algo. «Luego tú las cuentas en comisaría y no te hacen caso o te dicen que es muy difícil de demostrar». Añade que, de todas formas, ya está acostumbrado. Aunque estas situaciones les duelen mucho: «Me enfadé y le dije que tenemos la misma sangre y que somos iguales».
Pese a todo estas situaciones son denunciables y conllevan sanción. De hecho, conselleria de Vivienda ya ha aprobado un anteproyecto de la Ley de Regulación de la Actividad de los Grandes Tenedores de Vivienda y del Acoso Inmobiliario, que contempla multas por «motivos discriminatorios referentes a la ideología, religión, etnia, raza, nación, sexo, edad orientación o identidad sexual o de género». PUBLICIDAD
Pape relata cómo una inmobiliaria le desaconsejó mirar un piso porque «solo se alquila a españoles»
No solo se puede denunciar la discriminación en un inicio, sino también cuando el contrato incluya cláusulas que puedan suponer una discriminación indirecta para el inquilino, por ejemplo, que a una persona del pueblo gitano le reclamen cinco mensualidades de la renta y otros requisitos altos para poder alquilar una vivienda. También sería denunciable en casos donde se limite que una persona profese su religión en la vivienda.
En el anteproyecto de ley que prepara Vivienda (que todavía está sujeto a cambios) se contemplan sanciones de 10.000 a 35.000 euros en los casos graves.
«SOLO A ESPAÑOLES»
Pape puede contar muchas historias similares de racismo, pero una de las que destacan fue la que le ocurrió directamente en una inmobiliaria, que tienen prohibido por ley aceptar este tipo de condiciones en sus anuncios. «Llegué a la inmobiliaria y me gustó un piso, pero me dijeron que a ese no podía acceder porque el dueño solo alquila a españoles’ así que él no entraría ni siquiera a negociar conmigo. Así que me comentaron que buscara otra casa», relata.
Por tercera vez, le pasó intentando alquilar una habitación en un piso compartido. Esta vez no tuvo ni posibilidad de verlo. «Le escribí varios mensajes a esta persona pero cuando guardé su contacto y vio mi foto de perfil me dejó bien claro que no quería tener nada que ver conmigo», recuerda.
Aún así Magatte explica que el racismo alcanza todos los ámbitos de la sociedad y se nota día a día. «Lo veo cada día en la calle. La mayoría de las personas no se sientan al lado de un africano en el bus salvo que no queden asientos libres. Lo veo siempre que me subo en el autobús o en el tranvía, que se va llenando pero yo soy la última persona con la que se sientan. Esas cosas, aunque parezca que no, duelen», recuerda.
«LAS COLOMBIANAS NO PAGÁIS»
Diana Carolina intentó alquilar un piso con su madre el año pasado, y se encontró con que la inmobiliaria le miraba hasta los antecedentes penales. La casera les dijo que ellas tendrían que pagar muchos más meses de fianza por ser extranjeras. «Las colombianas pagáis un mes y luego os quedáis de ocupas, que lo he visto en el telediario», le espetó la casera. Tuvo que poner varios contratos como aval para que acabara aceptando.
Antes de alquilar con su madre, fue a una habitación ella sola. «Al ver que era latina me dijeron que no iba a pagar el alquiler y que los colombianos tenemos mala fama. Me dijeron que ‘primero entra una persona y dentro de unos meses me metes a diez», lamenta.
Aunque sabe que estas situaciones no son legales, Carolina dice que «no quiere problemas» y por eso no denuncia. «Conozco a muchas personas que les pasa, sobre todo a las que están recién llegadas. Las tratan como a delincuentes», lamenta.