CTXT / Observatorio Social ‘la Caixa’.- Un 10% de chicos y chicas aseguran haber sido testigos de alguna agresión por razón de género. Casi la mitad de ellos y ellas (40%), además, fueron víctima directa.
La violencia machista es una de las mayores lacras con la que convivimos día a día, reflejada no solo por las alarmantes cifras de agresiones y asesinatos que nos recuerdan la gravedad del problema, sino filtrada también a través de gestos, comportamientos y comentarios cotidianos. El Observatorio Social de la Fundación ‘la Caixa’, junto con el proyecto de investigación WeAreHere!, han querido arrojar luz sobre un elemento al que se presta menos atención de la que se debería: “El impacto de la violencia machista en los hijos e hijas”.
El estudio revela algunos datos que dibujan el panorama actual con respecto a cómo influyen este tipo de violencias machistas en un total de 3.650 alumnos y alumnas, desde cuarto de primaria a cuarto de la ESO, de diferentes instituciones educativas de Catalunya.
Antes de nada, es importante aclarar qué situaciones son entendidas como agresiones por razones de género. Las respuestas engloban desde la violencia más evidente –física y sexual, generalmente– hasta las amenazas, las coacciones o los ataques contra los propios hijos e hijas. Además, en este punto surge la primera división entre la visión masculina y femenina, ya que según el informe, “algunas situaciones de violencia psicológica, económica, vicaria u homofóbica se matizaron, especialmente por parte de los chicos”.
Una de las conclusiones más rotundas que puede extraerse confirma que la violencia machista está más que presente en nuestra sociedad, y los más pequeños la perciben. El 10% de las personas encuestadas aseguró haber sido testigo de una situación de violencia machista en su propia casa, pero lo más preocupante es que, de ese porcentaje, cerca de la mitad (40%) sufrieron directamente esa violencia en sus carnes.
Cabe reseñar que un notorio 7% de la muestra decidió no responder si había vivido violencia machista de cerca o no, lo que debería hacernos reflexionar sobre si se está informando bien y haciendo pedagogía suficiente sobre un tema tan vital.
En este punto surge una contradicción que ofrece mucha información sobre un posible problema a la hora de facilitar la identificación de la violencia y los canales a través de los cuales pedir ayuda: los lugares desde los que el alumnado recibe información sobre el tema no coinciden con aquellos a los que les gustaría poder acudir en caso de experimentar alguna agresión.
La parte positiva es que un voluminoso 93% de los niños y niñas estaban más o menos familiarizados con el concepto de violencia machista. De nuevo, las chicas mostraron un nivel de conocimientos más elevado, lo que las conduce a una capacidad de empatía también superior. Según las autoras, el origen de este desequilibrio está en que ellas son “más activas a la hora de buscar información y hablar del problema”.
Una vez identificada la agresión, el problema llega a la hora de pedir ayuda. Más de la mitad de las respuestas (59%) ratificaron que la juventud española no sabe qué debe hacer o a quién acudir para resolver una situación de este tipo. Una proporción que aumenta todavía más en el sector que más necesita de esta ayuda: un 67% de quienes han vivido violencia machista en su hogar no saben responder ante ella.
Volviendo a la contradicción antes mencionada, el profesorado, los medios de comunicación e internet son las principales fuentes de información sobre violencia machista; sin embargo, las preferencias de los chicos y chicas para comunicar una situación de esta naturaleza son la policía, su familia o lugares con personas expertas, como los teléfonos de emergencia o los servicios sociales, siendo el profesorado la penúltima opción. Con respecto a las redes sociales y los medios de comunicación, más de lo mismo: la mayoría de las respuestas demuestra que la preferencia es pedir ayuda por teléfono o de forma presencial, más que a través de internet.
Las conclusiones que pueden extraerse del informe señalan la necesidad de crear espacios de confianza a los que acudir cuando, en edades tempranas, se sufre o se es testigo de violencia machista –ya sea de forma directa o indirecta–. Dado que los centros educativos son el principal punto de información sobre el tema, quizá lo ideal sería que también se convirtiesen en lugares seguros para denunciar o, simplemente, pedir consejo.