Susan Pollack es una judía húngara de 84 años que, hace apenas unos meses, tuvo que mirar a la cara a Oskar Groening (uno de los guardias que la recluyó en Auschwitz) y narrar al jurado las atrocidades que se cometieron en aquel infame emplazamiento. Un duro trago, sin duda, pero una situación traumática por la que ha podido pasar gracias a que, en 1944, una prisionera del campo de concentración le salvó la vida susurrándole un número que la –por entonces niña- repitió al soldado alemán que le preguntó su edad: «Quince años». Esa fue la mentira que permitió a esta mujer sobrevivir a la muerte (pues los nazis mataban a todas las pequeñas de su edad) y sobrevivir al Holocausto.
Así lo ha afirmado la propia Pollack en una entrevista concedida al diario «Daily Mail» en la que, además, ha señalado que los soldados de la esvástica acabaron con 50 de sus familiares usando como soporte legal la horrible «Solución final» (el asesinato masivo de judíos legalizado por Adolf Hitler a partir de 1942). «Esto no puede volver a ocurrir. Tengo que hablar por aquellos que no pueden hacer, por mi madre, por mi padre, por mi familia, por aquellos que fueron asesinados», determina la superviviente.
Una vida marcada por el Holocausto
Zsuzsanna, nombre con el que esta mujer vino al mundo, nació el 9 de septiembre de 1930 en Felsogod, una localidad húngara ubicada cerca del Danubio. «Me encantó vivir en ese pueblo. Fui a la escuela con niños cristianos y me pareció estupendo», explica la superviviente. Sin embargo, y según afirma, cuando los nazis entraron en Austria pudo observar con estupor como sus vecinos los recibían con flores y vítores. Todo ello, a pesar de que aquellos hombres achacaban todos sus problemas a los judíos. «Cuando hay un problema económico la gente tiene que culpar a alguien, así que ellos culparon a los judíos», señala.
A partir de ese momento su plácida vida cambió. Para empezar, con apenas 12 años tuvo prohibido acudir a la escuela junto a sus compañeros. A su padre no le quedó más remedio que buscarle otro colegio que aceptara a los de sus creencias. «Los estudiantes judíos estábamos separados de los otros. No podíamos sentarnos en los mismos pupitres. Había dos filas vacías entre nosotros y el resto de los estudiantes para que no les contaminásemos», añade. Así pues, y aunque su familia no sufría problemas de dinero, no sabía adónde acudir.
Así continuo su vida hasta que, en 1944, la Gendarmería Húngara (un grupo paramilitar) se presentó en la casa de su familia y les dijo a sus padres –armas mediante- que la familia se preparase para su «reasentamiento». La pequeña, de 13 años entonces, llevó su máquina de coser pensando que, en el lugar al que eran enviados, podría ganar algo de dinero para su familia. Nada más lejos de la realidad, pues les metieron en un tren lleno de gente con dirección a Auschwitz. Poco antes de llegar, su pesadilla se terminó de cumplir cuando la separaron de su familia.
Una mentira que salvó una vida
Tal era la ingente cantidad de personas que atestaban el vagón, que cuando los soldados de las SS abrieron la puerta, Pollack dio gracias. «Muchos de los pasajeros habían muerto en el viaje. Niños, bebés, ancianos… No había esperanza, aquello superaba la imaginación humana», explica al diario británico. A los pocos segundos, la pequeña escuchó como los nazis les ordenaban bajar del tren y situarse en fila. Iban a hacer el recuento diario de los recién llegados. Un cálculo en el que enviaban a las mujeres más débiles, a los ancianos y a los niños más pequeños a las cámaras de gas, y al resto a los barracones para que se preparasen para trabajar hasta la extenuación.
A sus 13 años, lo más probable es que fuera asesinada en las cámaras de gas (algo que, lógicamente, ella desconocía). Sin embargo, una mujer que estaba cerca se convirtió en su salvadora cuando le susurró que mintiera y dijera que tenía 15 años. La suerte quiso que el guardia de las SS picara el anzuelo y pusiera en el grupo de los que vivirían. «Aquella mujer me salvó la vida. Después seleccionaron a la gente. Los ancianos y los niños fueron gaseados. Mi madre no estaba bien de salud y fue también en ese grupo. Posteriormente, cuando me enteré de que había sido gaseada no lloré, no lloré ni una lágrima en Auschwitz, parecía que estaba adormecida», añade.
Sin embargo, y aunque se salvó de las cámaras de gas, todavía le quedaba por pasar un año de trabajos, desnutrición, malos tratos y enfermedades en el campo. Con todo, y tal y como afirma, uno de los peores momentos en el campo lo vivió al principio, cuando tuvo que desudarse frente a Josef Mengele, el sádico médico que experimentaba con niños judíos tras seleccionarlos en el recinto. «Me llevaron con otras chicas de mi edad y me dijeron que me quitase la ropa. Un médico alemán se puso de pie con un palo frente a nosotras. Estuvo haciendo mediciones», destaca. Posteriormente fue enviada como esclava a una fábrica alemana de la ciudad de Gubben. Siempre sola y atenazada por el terror, esta mujer afirma que terminó por no sentir nada.
Salvada por los aliados
No obstante, a medida que avanzaba el Ejército Rojo hacia Auschwitz, fueron los nazis los que empezaron a sentir pavor de ser capturados, por lo que iniciaron las tristemente famosas «marchas de la muerte». En ellas, obligaron a miles de presos a desplazarse bajo un intenso frio a pie hacia otro lugar más seguro para ellos. En su caso, la pequeña fue trasladada hasta el campo de Bergen, en Sajonia durante el invierno de 1944 y 1945. Por suerte, sobrevivió a la caminata (donde muchos fallecían) y, semanas después, fue liberada por los británicos.