Sur.- Los detenidos pasaron de señalarse mutuamente en comisaría a que sólo uno de ellos confesara el asesinato ante el juez al tiempo que exoneraba a su amigo.
Hay veces que una confesión, por muy rotunda que sea, deja tantas dudas como certezas.
Miguel Ángel Calvo Redondo tenía 51 años, era de Algarinejo (Granada) y dormía al raso porque la vida se le torció un día y no pudo enderezarla. Sobrevivía de las limosnas y los alimentos que le daban en bares y comercios de Antequera, la ciudad en la que recaló al intentar reconstruirse.
Sus amigos, los mismos con los que compartía los soportales -y también las litronas- cerca de la biblioteca, en la plaza Fernández Viagas, lo apodaron ‘Pinocho’. Otros en Antequera lo conocían como ‘Pajarillo’.
A Miguel Ángel lo agredieron tres noches seguidas mientras dormía. Tres veces: viernes, sábado y domingo (del 10 al 12 de febrero). Tras la primera, ‘Pinocho’ avisó a la Policía Local. En la segunda, lo apalearon al grito de «chivato». A la tercera no sobrevivió.
Hasta aquí, las certezas.
Las dudas: la Policía Nacional detuvo a dos jóvenes de 19 años que pasaron de señalarse mutuamente en comisaría a que, ya en el juzgado, uno de ellos reconociera ser el único responsable del crimen al tiempo que exoneraba a su amigo. Ambos están en prisión por asesinato.
Pese a sus declaraciones, el móvil de las agresiones sigue rodeado de incógnitas. «Simplemente se me cruzaron los cables», declaró el autor confeso. El otro arrestado dijo que su amigo se había «obsesionado» con Miguel Ángel, dejando abierta la más que probable línea de defensa en torno al trastorno mental que el principal sospechoso asegura padecer.
A partir de aquí, las versiones que dieron sobre lo sucedido.
El 13 de febrero, poco después de que la policía hallara el cadáver del indigente, un joven de 19 años telefoneó a la comisaría de Antequera y manifestó: «Soy el que ha matado a ese». En esa primera confesión, señaló a su amigo, de la misma edad, lo que supuso que arrestaran a ambos ese mismo día.
Esa tarde, minutos antes de las cinco, la policía inició el registro de la vivienda del principal sospechoso, donde, entre otros efectos, se intervino el martillo con el que presuntamente acabó con la vida del indigente. Durante la inspección del piso, el joven realizó una serie de manifestaciones espontáneas que los agentes recogieron en una comparecencia, por lo que constituye un testimonio de referencia.
El investigado dijo a los policías que él y su amigo habían intentado matar a ‘Pinocho’ hasta en dos ocasiones. La primera, la noche del viernes, ambos llegaron al lugar donde dormía el mendigo y empezaron a golpearle con los puños para, después, salir corriendo, según dijo.
La segunda vez se produjo durante la madrugada del sábado al domingo, cuando -según esta versión- ambos se dirigieron a los soportales donde dormía ‘Pinocho’. Él utilizó un martillo que ese día llevaba entre la ropa, mientras que su amigo le dio patadas en la cabeza, relató. De allí se fueron a un parking, tomaron unas litronas y volvieron a ver si el indigente estaba muerto. Cuando comprobaron que se movía y respiraba, se marcharon.
La tercera y última ocasión, contó el joven a los agentes durante el registro, estuvieron tomando copas hasta la madrugada y hablando sobre cómo podían matar a ‘Pinocho’. Al parecer, y siempre según esta versión, su amigo le dijo si era capaz de demostrar que era un Rottweiler (raza de perro que está considerada una de las más fuertes y poderosas del mundo) y no una maricona«. Tras ello, se dirigió -esta vez solo- al lugar, sacó su martillo, pegó en la cabeza a Miguel Ángel y le dio patadas por el cuerpo y golpes contra la pared hasta dejarlo inconsciente.
A las ocho de la tarde, la policía registró el domicilio del segundo detenido, que también conversó con los agentes sobre lo ocurrido. Cuando se disponían a salir del piso, el joven reconoció haber ido con su amigo hasta en dos ocasiones a golpear a ‘Pinocho’, pero negó haber ido el tercer día y, por tanto, haber participado en el asesinato. Según dijo, estuvo tomando unas copas con él esa noche, pero luego se marchó a casa «pensando que su amigo iba a volver a intentar matar a ‘Pinocho’».
Los dos detenidos pasaron a disposición judicial el 16 de febrero. El principal sospechoso, asistido por el abogado Eloy Castillo, modificó la versión que dio a la policía y se autoinculpó del crimen, asumiendo por completo la responsabilidad del mismo. Dijo que aquella noche bebieron muchísimo y que su amigo se fue a casa y él se quedó solo en la calle. «No hablamos de Miguel Ángel ni salió el tema de matarlo», manifestó al juez, retractándose de la afirmación sobre si era un rottweiler o una maricona.
En anteriores ocasiones, «vino conmigo [refiriéndose al segundo detenido] y sólo le hizo una miajilla, lo empujó con el pie», declaró el autor confeso, restando importancia a la implicación de su amigo. «Él no ha tenido nada que ver, todo lo que dije fue por miedo, un malentendido. La noche que murió, él no participó». El joven reiteró al juez que no sabía lo que estaba haciendo y que los tres días que agredió a ‘Pinocho’ iban «muy borrachos», pero que no tenían problema alguno con él.
El instructor le preguntó por qué decidió salir a la calle con un martillo, a lo que el joven respondió que tenía miedo de un amigo de ‘Pinocho’ que, según su versión, los estaba buscando por las dos primeras agresiones. «Yo nunca fui con la intención de matarlo. Me acerqué, le dije ‘illo, despierta’, me dijo ‘qué pasa’ y ya le di. Luego volví dos veces o tres».
El joven manifestó que posee un informe que dice que tiene «problemas» y que están diagnosticados. «Yo necesito ir a un médico», añadió. El abogado Javier Ocaña, que representa al otro investigado, ahondó en ese supuesto trastorno mental del autor confeso. «Cuando quiero conseguir algo, me obsesiono. La verdad es que sí, me obsesioné con él [refiriéndose a la víctima], me lo solía cruzar a diario». Cuestionado por este letrado, el joven aseguró que su amigo no le animó a cometer el crimen, al contrario de lo que, al parecer, había dicho a la policía. «No sabía lo que estaba haciendo», reiteró.
El segundo investigado en la causa mantuvo esta misma versión y añadió que su amigo tenía miedo de que ‘Pinocho’ agrediera a su madre. «No sé por qué decía eso, siempre estaba borracho y se obsesionó con él». Reconoció haberlo acompañado sólo uno de los tres días, en concreto la víspera del crimen: «Yo no tenía intenciones de darle una paliza. No le pegué en plan: ‘Te voy a matar’». También negó haber azuzado a su amigo para que agrediera al indigente.
El joven rechazó tener algún tipo de animadversión hacia las personas pobres, extremo que está siendo investigado en la causa por si existiera un componente de odio -por aporofobia- en el crimen. «Sinceramente, yo también me puedo ver en la calle».
El detenido describió de este modo lo sucedido la noche de autos: «Soy su amigo, pero esa parte de él no la conocía. El sábado se me quitaron las ganas de juntarme con él, eso es de matones. Él quería que yo me fuese con él a dar una vuelta, pero yo le dije ‘esto se acaba aquí’ y me marché. Estaba obsesionado con ese señor porque quería proteger a la madre, pero en realidad a su madre no le había pasado nada. Yo no he participado en un asesinato».
Sur.- Los detenidos pasaron de señalarse mutuamente en comisaría a que sólo uno de ellos confesara el asesinato ante el juez al tiempo que exoneraba a su amigo.
Hay veces que una confesión, por muy rotunda que sea, deja tantas dudas como certezas.
Miguel Ángel Calvo Redondo tenía 51 años, era de Algarinejo (Granada) y dormía al raso porque la vida se le torció un día y no pudo enderezarla. Sobrevivía de las limosnas y los alimentos que le daban en bares y comercios de Antequera, la ciudad en la que recaló al intentar reconstruirse.
Sus amigos, los mismos con los que compartía los soportales -y también las litronas- cerca de la biblioteca, en la plaza Fernández Viagas, lo apodaron ‘Pinocho’. Otros en Antequera lo conocían como ‘Pajarillo’.
A Miguel Ángel lo agredieron tres noches seguidas mientras dormía. Tres veces: viernes, sábado y domingo (del 10 al 12 de febrero). Tras la primera, ‘Pinocho’ avisó a la Policía Local. En la segunda, lo apalearon al grito de «chivato». A la tercera no sobrevivió.
Hasta aquí, las certezas.
Las dudas: la Policía Nacional detuvo a dos jóvenes de 19 años que pasaron de señalarse mutuamente en comisaría a que, ya en el juzgado, uno de ellos reconociera ser el único responsable del crimen al tiempo que exoneraba a su amigo. Ambos están en prisión por asesinato.
Pese a sus declaraciones, el móvil de las agresiones sigue rodeado de incógnitas. «Simplemente se me cruzaron los cables», declaró el autor confeso. El otro arrestado dijo que su amigo se había «obsesionado» con Miguel Ángel, dejando abierta la más que probable línea de defensa en torno al trastorno mental que el principal sospechoso asegura padecer.
A partir de aquí, las versiones que dieron sobre lo sucedido.
El 13 de febrero, poco después de que la policía hallara el cadáver del indigente, un joven de 19 años telefoneó a la comisaría de Antequera y manifestó: «Soy el que ha matado a ese». En esa primera confesión, señaló a su amigo, de la misma edad, lo que supuso que arrestaran a ambos ese mismo día.
Esa tarde, minutos antes de las cinco, la policía inició el registro de la vivienda del principal sospechoso, donde, entre otros efectos, se intervino el martillo con el que presuntamente acabó con la vida del indigente. Durante la inspección del piso, el joven realizó una serie de manifestaciones espontáneas que los agentes recogieron en una comparecencia, por lo que constituye un testimonio de referencia.
El investigado dijo a los policías que él y su amigo habían intentado matar a ‘Pinocho’ hasta en dos ocasiones. La primera, la noche del viernes, ambos llegaron al lugar donde dormía el mendigo y empezaron a golpearle con los puños para, después, salir corriendo, según dijo.
La segunda vez se produjo durante la madrugada del sábado al domingo, cuando -según esta versión- ambos se dirigieron a los soportales donde dormía ‘Pinocho’. Él utilizó un martillo que ese día llevaba entre la ropa, mientras que su amigo le dio patadas en la cabeza, relató. De allí se fueron a un parking, tomaron unas litronas y volvieron a ver si el indigente estaba muerto. Cuando comprobaron que se movía y respiraba, se marcharon.
La tercera y última ocasión, contó el joven a los agentes durante el registro, estuvieron tomando copas hasta la madrugada y hablando sobre cómo podían matar a ‘Pinocho’. Al parecer, y siempre según esta versión, su amigo le dijo si era capaz de demostrar que era un Rottweiler (raza de perro que está considerada una de las más fuertes y poderosas del mundo) y no una maricona«. Tras ello, se dirigió -esta vez solo- al lugar, sacó su martillo, pegó en la cabeza a Miguel Ángel y le dio patadas por el cuerpo y golpes contra la pared hasta dejarlo inconsciente.
A las ocho de la tarde, la policía registró el domicilio del segundo detenido, que también conversó con los agentes sobre lo ocurrido. Cuando se disponían a salir del piso, el joven reconoció haber ido con su amigo hasta en dos ocasiones a golpear a ‘Pinocho’, pero negó haber ido el tercer día y, por tanto, haber participado en el asesinato. Según dijo, estuvo tomando unas copas con él esa noche, pero luego se marchó a casa «pensando que su amigo iba a volver a intentar matar a ‘Pinocho’».
Los dos detenidos pasaron a disposición judicial el 16 de febrero. El principal sospechoso, asistido por el abogado Eloy Castillo, modificó la versión que dio a la policía y se autoinculpó del crimen, asumiendo por completo la responsabilidad del mismo. Dijo que aquella noche bebieron muchísimo y que su amigo se fue a casa y él se quedó solo en la calle. «No hablamos de Miguel Ángel ni salió el tema de matarlo», manifestó al juez, retractándose de la afirmación sobre si era un rottweiler o una maricona.
En anteriores ocasiones, «vino conmigo [refiriéndose al segundo detenido] y sólo le hizo una miajilla, lo empujó con el pie», declaró el autor confeso, restando importancia a la implicación de su amigo. «Él no ha tenido nada que ver, todo lo que dije fue por miedo, un malentendido. La noche que murió, él no participó». El joven reiteró al juez que no sabía lo que estaba haciendo y que los tres días que agredió a ‘Pinocho’ iban «muy borrachos», pero que no tenían problema alguno con él.
El instructor le preguntó por qué decidió salir a la calle con un martillo, a lo que el joven respondió que tenía miedo de un amigo de ‘Pinocho’ que, según su versión, los estaba buscando por las dos primeras agresiones. «Yo nunca fui con la intención de matarlo. Me acerqué, le dije ‘illo, despierta’, me dijo ‘qué pasa’ y ya le di. Luego volví dos veces o tres».
El joven manifestó que posee un informe que dice que tiene «problemas» y que están diagnosticados. «Yo necesito ir a un médico», añadió. El abogado Javier Ocaña, que representa al otro investigado, ahondó en ese supuesto trastorno mental del autor confeso. «Cuando quiero conseguir algo, me obsesiono. La verdad es que sí, me obsesioné con él [refiriéndose a la víctima], me lo solía cruzar a diario». Cuestionado por este letrado, el joven aseguró que su amigo no le animó a cometer el crimen, al contrario de lo que, al parecer, había dicho a la policía. «No sabía lo que estaba haciendo», reiteró.
El segundo investigado en la causa mantuvo esta misma versión y añadió que su amigo tenía miedo de que ‘Pinocho’ agrediera a su madre. «No sé por qué decía eso, siempre estaba borracho y se obsesionó con él». Reconoció haberlo acompañado sólo uno de los tres días, en concreto la víspera del crimen: «Yo no tenía intenciones de darle una paliza. No le pegué en plan: ‘Te voy a matar’». También negó haber azuzado a su amigo para que agrediera al indigente.
El joven rechazó tener algún tipo de animadversión hacia las personas pobres, extremo que está siendo investigado en la causa por si existiera un componente de odio -por aporofobia- en el crimen. «Sinceramente, yo también me puedo ver en la calle».
El detenido describió de este modo lo sucedido la noche de autos: «Soy su amigo, pero esa parte de él no la conocía. El sábado se me quitaron las ganas de juntarme con él, eso es de matones. Él quería que yo me fuese con él a dar una vuelta, pero yo le dije ‘esto se acaba aquí’ y me marché. Estaba obsesionado con ese señor porque quería proteger a la madre, pero en realidad a su madre no le había pasado nada. Yo no he participado en un asesinato».