Más de la mitad de los europeos reconoce que el racismo es una realidad en la vida cotidiana

Público.- El lema de la Unión Europea es Unidos de la Diversidad. Sin embargo, los europeos tienen un problema estructural e histórico con el racismo. Los últimos acontecimientos con el brasileño Vinicius, jugador del Real Madrid, en Mestalla durante el pasado fin de semana evidencian que el fútbol europeo arrastra un fuerte historial xenófobo y recuerdan que la discriminación en base al color trasgrede la frontera de los estadios.

El 45% de los europeos con ascendencia norteafricana, el 41% de los gitanos y el 39% de las personas con ascendencia afro-subhariana de Europa afrontan algún tipo de discriminación por su extracción étnica o migratoria, según la Agencia de la UE para los Derechos Fundamentales. Una discriminación que se proyecta en todas las capas del día a día: desde la búsqueda de casa, hasta las entrevistas de trabajo pasando por los colegios y los espacios públicos. Una encuesta francesa del Defensor de los Derechos señalaba que un joven con ascendencia árabe o africana tiene 20 veces más probabilidad de ser registrado y detenido por la policía.

La discriminación racial o étnica, todavía muy presente en nuestras sociedades, está prohibida en el bloque comunitario. En 2000, la Unión Europea aprobó su primera directiva para luchar contra el racismo, la xenofobia, el antisemitismo y otras formas conexas de intolerancia. En estos momentos hay en marcha un plan de acción de cinco años contra el racismo en el que Europa reconoce por primera vez la base estructural, institucional e histórica de esta discriminación que echa raíces en el colonialismo, la esclavitud, las persecuciones y el genocidio.

Mapeo: qué piensan los ciudadanos

Más de la mitad de los europeos creen que la discriminación racial es una realidad extendida en su país, según el último Eurobarómetro. Los países que más lo asumen son Países Bajos (76%), Francia (74%), Bélgica (71%). En nuestro país, el 54% de los españoles reconocen que hay discriminación por origen étnico o color de piel. La encuesta posiciona bien a los españoles siendo los cuartos de la tabla que más cómodos se sentirían con un presidente de color y los quintos que no tendrían ningún problema con tener un compañero de trabajo o un hijo con una pareja sentimental negra.

En el otro lado, la intolerancia echa raíces en los países orientales. El 71% de los húngaros no se sienten bien con un compañero de trabajo negro; el 70% de los búlgaros estarían incómodos si sus progenitores tuvieran una pareja de color; y al 38% de los checos no les gustaría tener un presidente de una minoría étnica. Mientras que solo el 35% de los lituanos se sentirían bien con un yerno o yerna musulmán. Un informe la Universidad de Harvard señaló a Chequia como el país más racista de todo el continente.

Bélgica, el país que acoge las instituciones europeas, es el que más importancia da al color de piel en las entrevistas de trabajo. Los empleados de la burbuja de Bruselas son, de hecho, fiel reflejo de la escasa diversidad étnica, racial o social que impera en los altos cargos europeos. Por ejemplo, ni el Consejo Europeo, ni el Parlamento Europeo ni la Comisión Europea han tenido nunca un líder de color, musulmán o gitano. El canon dominante que impera en los despachos de Bruselas no representa la diversidad de los más de 400 millones de habitantes del bloque.

Antecedentes

El año pasado, el Parlamento Europeo aprobó una resolución reclamando «tolerancia cero» contra el odio y la violencia en el deporte. En ella, los eurodiputados pedían a los países y a las federaciones deportivas que adopten sanciones contra el racismo y exhortaban a la Comisión Europea a elaborar una hoja de ruta a nivel local, nacional y europeo para fomentar la inclusión y el respeto. «El racismo en el deporte es algo es una vergüenza desde hace décadas. Da igual si pasa en Mestalla o en cualquier lugar de Europa. No hacer nada no es una opción», ha asegurado Iratxe García Pérez, líder Socialdemócrata en la Eurocámara. El debate prevé colarse en la sesión plenaria de julio en Estrasburgo con la iniciativa de la eurodiputada Maite Pagazaurtundúa, de Ciudadanos, para que agresiones o insultos como los sufridos por Vinicius sean tipificados de forma homogénea en toda la UE, ya que la regulación para perseguir delitos de odio varía en cada Estado miembro.

El episodio Vinicius fue el último de un patrón que se replica sin límites en los estadios de los países europeos. El entrenador belga Frederik Vanderbiest fue suspendido de tres partidos por actitudes xenófobas. Los fans del Bulgaria Levski desplegaron una pancarta donde se leía Di Sí al Racismo; los del CSKA una nazi. El entrenador croata Igor Stimac se preguntó en las redes sociales si jugaba contra Francia o con África en referencia a los 13 jugadores de descendencia africana que formaban parte de la selección gala. En Alemania, un Mesut Ozil, harto del racismo recibido cuando jugaba con la camiseta nacional. lamentó que cuando ganaban era «alemán»  y cuando perdían un «inmigrante». Los aficionados del Chelsea crearon una canción en la que llamaban al egipcio Mohamed Salah terrorista suicida.

El racismo en la extrema derecha

Los berridos xenófobos tampoco son ajenos a la política. Las fuerzas ultraderechistas están cada vez más presentes en los Gobiernos y Parlamentos nacionales, desde Italia hasta los países nórdicos. Y sus discursos -que camuflan su discurso del odio con las banderas de patria, tradición o familia- están cada vez más normalizados. En la Asamblea Nacional francesa, un diputado ultra gritó a otro «vuélvete a África». El primer ministro húngaro Víktor Orbán recurre con frecuencia al discurso de no «mezclar la raza europea». Vox ha empapelado el metro de Madrid cargando contra los migrantes y los menores no acompañados (mena). A la ex ministra de Integración italiana Cecile Kyenge, de origen congoleño, le arrojaron plátanos durante un acto. Y a la titular de Interior con el Gobierno de François Hollande, Christiana Taubira, no pocas veces la compararon con un mono.

Es en las políticas migratorias donde todo este caldo de cultivo tiene su gran expresión. El Reino Unido quiere salirse de la convención europea de derechos humanos porque sus códigos chocan con sus planes de deportar a solicitantes de asilo a Ruanda. Entretanto la Unión Europea, que se encamina hacia su noveno año sin una política de asilo y migración, consolida el cierre de fronteras y el levantamiento de muros para cerrar la puerta a personas que huyen principalmente de África y Oriente Próximo, aunque los Estados miembros han acogido a más de cuatro millones de refugiados ucranianos en estos quince meses de invasión rusa.