La xenofobia se hace un hueco en Alemania

El 20 de octubre del 2014 un colectivo de 350 personas salió a protestar a las calles de Dresde. Su principal reivindicación era la de acabar con la llegada de musulmanes Alemania pero también se dejaron oír voces preocupadas por la desocupación y las pensiones. Un año después lo que empezó como una pequeña y transversal queja ciudadana ha desembocado en el grupo Patriotas Europeos contra la Islamización de Europa (Pegida), el movimiento popular de referencia para los opositores de las políticas migratorias de Berlín.

Poco después de su primera aparición pública, Pegida captó la atención de la ciudadanía y a finales de diciembre logró movilizar a 17.500 personas en concentraciones copadas por banderas alemanas y simbología cristiana. Aunque su manifiesto fundacional se oponía a los discursos de odio y al radicalismo, muchos expertos han visto en esas palabras una estrategia estética.

«No quieren identificarse con la ultraderecha porque en Alemania está muy mal visto, pero lo son», asegura Carsten Koschmieder, especialista en la ultraderecha alemana del Instituto de Ciencias Políticas Otto Suhr. Incluso su líder, Lutz Bachmann, se vio forzado a dimitir tras la publicación de unas imágenes en las que aparecía caracterizado como Adolf Hitler. En 365 días, Pegida ha pasado de insistir en su pacifismo a exhibir horcas contra Merkel y a tildarla de «traidora».

MOVIMIENTO CIUDADANO

Pegida ha seguido la estrategia de la ultraderecha europea de venderse como un movimiento ciudadano preocupado por el islam. «Odian a todos los extranjeros pero ocultan su racismo porque de hacerlo público parecerían del siglo XIX», remarca Koschmieder. Ese recurso, utilizado para articular un discurso político ultraderechista, se ha comparado recurrentemente con la satanización del judaísmo que hicieron los nazis. «El componente cívico y de base les facilita ganar apoyo pero dificulta que se estructuren políticamente», añade Xavier Casals, doctor en historia contemporánea y especialista en la ultraderecha.

El impresionante auge de esta formación islamófoba se debe al incesante flujo migratorio que llega a Alemania. Pegida ha magnificado los problemas con los refugiados lanzando un mensaje del miedo con un fuerte impacto mediático. Su éxito también se atribuye al cansancio de la política institucional y a la penetración de la extrema derecha en el este del país.

PARO Y MIGRACIÓN

«La antigua Alemania oriental está más afectada por el paro y menos acostumbrada a la migración», apunta Koschmieder. Aun así, Pegida no tardó en escampar sus protestas a otras localidades de todo el país como Leipzig, Düsseldorf o Kassel.

Las cifras récord de refugiados que Alemania está asimilando, entre 800.000 y 1,5 millones, ha acentuado el debate social sobre la integración del islam y ha generado un estado de tensión en el que se han disparado las agresiones a los recién llegados. En enero incluso Merkel aseguró que el multiculturalismo había sido «un absoluto fracaso». La ultraderecha se ha servido de esos casos y de la inquietud ciudadana que despertó la revelación que 500 alemanes yihadistas se unieron al Estado Islámico para poner a todos los musulmanes bajo el paraguas del radicalismo antioccidental.

Koschmieder denuncia que la retórica de políticos conservadores como el líder de la CSU, Horst Seehofer, no contribuye a la calma. «Oírle decir que combatirá a los refugiados da alas al discurso ultra».

CONTRA MERKEL

Los movimientos racistas y xenófobos en Alemania han tenido un impacto Pegida followerssobredimensionado por el pasado del país. Aun así, la ultraderecha germánica ha vivido un auge mucho menor que en la mayoría de países europeos y no ha sabido encontrar una salida política a su discurso. «Los partidos se han canibalizado y no se han consolidado como fuerza hegemónica en diferentes niveles políticos», analiza Casals. «La ultraderecha no tiene espacio político porque vive de la crítica a Merkel y se deshincha cuando la CDU endurece su discurso», añade.

El Partido Nacionaldemócrata (NPD), de orientación neonaziy al que se estudia ilegalizar, y el euroescéptico Alternativa para Alemania (AfD) lograron uno y dos eurodiputados pero no tienen presencia a nivel federal. La llegada de Pegida forzó al AfD a endurecer su discurso. «Eso les hace alejarse de las bases conservadoras y de sus aspiraciones políticas», enfatiza Koschmieder.

Comparado con otros países como Dinamarca, donde el Dansk Folkeparti es la segunda fuerza, o Francia, donde el Frente Nacional de Marine Le Pen aspira a ganar, la ultraderecha alemana es residual.

El Periódico